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Estrambótico.

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¿Qué pasaría si pudiera hacer algo innovador? Se preguntaba mientras laboraba en su ordinario oficio.

 

Había estudiado ingeniería y se dedicaba a solucionar problemas con la maquinaria de su trabajo. En varias ocasiones no tenía tanta carga en sus ocupaciones, así que charlaba alegremente con sus compañeros, hasta que llegaba el supervisor y tenían que fingir estar moviendo algo dentro de la estructura de metal, que, aunque no tuviera ningún problema, se debía de intervenir falsamente para que los desconocedores del tema creyeran que todo estaba bien.

 

Era algo rutinario, algunas veces muy cansado y en ocasiones agobiante cuando algo fallaba de verdad, sin embargo, se trataba del sustento de su vida y le permitía seguir existiendo sin complicaciones económicas. Quizá era lo mejor, seguir así durante varios años hasta que algo pasara. No pensaba mucho en el futuro, eso le aterraba, prefería convivir con los cilindros y sus creaciones que no se veían como algo interesante.

 

Le daban curiosidad los objetos increíblemente extraños que eran expulsados por las máquinas, esos no tenían ningún valor para la gente, pero luego eran ensamblados con otros artículos todavía más raros y, de la nada, ya tenían uno de los productos más simples y mundanos de la sociedad, como una lata de refresco o un empaque de lámina, nada fuera de lo común, aunque creado con estándares realmente extraordinarios.

 

A veces, cuando estaba solo, se ponía a divagar. ¿Qué pasaría si hubiera una máquina que moldeara una obra de arte y que pudiera ser admirada por la población? Creía que aquello era imposible, casi todos los productos que se obtenían de primera mano eran ásperos y carentes de belleza para los ojos inexpertos. Si hubiera algo que hiciera objetos hermosos, sería un aparato de oro y eso no existía, al menos nunca había escuchado de uno.

 

¿Y si…? ¿Qué tal si él se inventaba un nuevo producto que hiciera arte? No, eso era estar soñando.

 

Había nacido con intereses en las máquinas, su papá era mecánico automotriz, aunque la gente simplemente le decía mecánico. Al principio aquello le molestaba, hasta que su padre le dijo que las personas comunes no tienen interés por nombrar adecuadamente lo que no entienden, para ellos la palabra «mecánico» es simplemente el que arregla los coches, pero en realidad ese concepto es muy viejo y hace referencia a todo lo que genera movimiento útil con ayuda de la energía.

 

Recordaba que le dijo, en su inocencia, que los balones tenían que ser objetos mecánicos, pero su papá se rio y le dio una palmadita en el hombro. Por muchos años tuvo esa duda hasta que comprendió que, simplemente una patada hace que la esfera salga rodando, pero que no tiene ningún componente que transforme la energía de su golpe en algún tipo de movimiento.

 

—Como las bicicletas. —Se sorprendió a sí mismo en el eco del tambor sobre el que trabajaba.

 

Después de quitarse la vergüenza al darse cuenta de que nadie lo escuchó entre tanto ruido de la fábrica, siguió en sus labores, aunque perdió la conexión con sus pensamientos del pasado.

 

Esa misma semana tuvo un sueño en el que continuaba una charla imaginaria con su viejo padre. Curiosamente estaban en el lugar donde le hizo la pregunta del balón, su papá seguía teniendo la misma edad, pero él ya era un adulto, de todas formas, no se fijó en ese detalle imposible y continuó una plática igual de improbable.

 

—Las bicicletas son mecánicas. ¿Por qué la gente no te las trae para que las compongas? Si tu arreglas autos que son mil veces más complicados.

 

—Porque la gente ve que el letrero de afuera dice «mecánico».

 

—Es que no entiendo, si el auto y la bicicleta son mecánicos.

 

—En ese caso, también deberían de traerme lavadoras, refrigeradores, colchones y…

 

—Espera —le interrumpió, seguramente estaba mezclando ideas y eso le causó una discrepancia en la lógica de su sueño—, los colchones no son mecánicos.

 

—¿Y sus resortes? ¿No son componentes mecánicos?

 

—Ah no papá, no voy a caer en tus juegos, ya sé que el balón es una cosa inerte. No me la volverás a aplicar.

 

—Pásame el gato —ignoró lo que dijo su hijo.

 

Un gato naranja con rayas más claras y amarillentas salió corriendo y se metió rápidamente abajo del vehículo, apenas y pudo ver la cola del animal, aun así, no le pareció ridículo aquello y siguió discutiendo con su papá, al que ahora solo se le veían los tobillos, puesto que estaba casi completamente abajo del vehículo. En la vida real eso no tendría sentido, la persona atravesaría toda la carrocería y estaría trabajando fuera del auto.

 

—Ya sé que los componentes mecánicos no hacen que un aparato sea mecánico.

 

—Sí hijo, yo soy mecánico.

 

               Le empezaba a dar dolor de cabeza, aquello le exasperaba, trataba de aclarar sus ideas y demostrar que sabía del tema, pero parecía que su papá jugaba con él y le daba vueltas al asunto. Burlándose incluso de la situación al llamarse a sí mismo como lo hacían las demás personas.

 

               —Sí, sí, el trabajo, se necesita obtener algo de provecho de los componentes mecánicos para que un objeto sea considerado de esa forma, como la bicicleta.

 

               De alguna manera estaba pedaleando adentro del auto que componía su papá, en lugar del freno y acelerador, dos pequeñas protuberancias planas sobresalían de ningún lugar lógico desde el lado del conductor, esto le servía para hacer girar las cadenas y así avanzar.

 

               Se agachó para tomar más velocidad, viendo por un momento al gato corriendo en donde debería de tener los pies si en realidad estuviera manejando. Asustado volteó la vista al frente, allí se encontró un bello paisaje verde con un amplio panorama azul y unas costas a lo lejos. Iba de subida, así que tenía que pedalear el vehículo con mayor velocidad.

 

               Lo bueno es que su bicicleta era potente, no como un balón que simplemente sale despedido por la patada. Ese no era algo mecánico, como los tambores de su fábrica.

 

               Abrió los ojos, que nunca cerró dentro del sueño, para verse a sí mismo en su trabajo ordinario, adentro de la máquina que acababa de engrasar y dar mantenimiento. Eso no parecía generar ningún esfuerzo, al menos no para los ojos inexpertos.

 

               Tal vez por eso la gente no les decías mecánicos a los que reparaban máquinas en las fábricas.

 

               Sonrió en su cama, mientras se desvanecía su sueño irrelevante que le ayudaba a aclarar, de alguna manera, la vieja charla con su papá, demostrando que ahora era grande y entendía todo lo que antes no podía al ser tan inocente.

 

               No recordaría jamás ese sueño, no era de las personas que lo hacían. Sin embargo, el sentimiento de entender mejor las máquinas y la mecánica, no desaparecería de su mente, aunque nunca comprendiera el motivo de aquello, simplemente lo consideraría como algo que se le pasó por la cabeza.

 

               Tiempo después, tuvo un fin de semana de extremo aburrimiento en el que no podía dormir, decidió viajar por el increíble mundo del internet. Aunque nada le ayudaba en lo más mínimo, a pesar del cansancio y de lo absurdo que se hallaba al navegar, siguió insistiendo durante más tiempo del que le hubiera gustado.

 

               Vio un videojuego que lo hizo acomodarse en la silla y ponerse recto. Una sonrisa se le dibujó, era algo con lo que había pensado y a lo que se dedicaba. Una especie de cilindro extraño recorría todo el mundo y podía aniquilar a los protagonistas si no se andaban con cuidado.

 

               Sin pensarlo mucho, compró aquello y decidió probarlo. Era una idea que le llegaba a lo más hondo. Completamente extraña que encajaba perfectamente con sus ideas atoradas de algunas semanas.

 

               Ese cilindro era inexorable, nada lo detenía por completo, siempre iba girando y girando, hacia ningún lugar en particular. Simplemente un rollo de panadería tratando de aplastar la masa para moldearla.

 

               Sin duda, aquello era algo artístico, lo más cercano a su idea de una máquina que hiciera una obra majestuosa, capaz de atraer la mirada de las personas y encender sus emociones. Al menos así lo sentía él.

 

               ¿Y si pudiera extrapolar aquello al mundo real? Obviamente un cilindro infinito, que machaca a la gente, carecería de sentido, pero, algo se podía hacer. ¿No?

 

               Esa noche no durmió bien, así que se tuvo que tomar una pastilla al siguiente día para el dolor de cabeza. Durante la jornada laboral, pocas veces le pasó por la cabeza el videojuego o su idea infructuosa. Tal vez por el cansancio, la edad o lo ajetreado del inicio de semana.

 

               No tardó tanto en volver al videojuego, aquello era algo que disfrutaba mucho, aunque no fue lo suficientemente largo para terminar de saborearlo como le hubiera gustado. Aquella historia le pareció increíble, una cuestión maravillosa que incluía las matemáticas y un objeto que, aunque no era mecánico, pues tenía que ser empujado; le daba la sensación de que algo podía fraguarse de él.

 

               Los cilindros se habían vuelto algo inseparable de su vida, trabajaba con ellos, se metía en su interior para darles mantenimiento, incluso los veía sacando humo cuando estaba atorado en el tráfico. A pesar de la insufrible pelea interna con su padre y la cuestión mecánica, aquello le había dado la pauta para abandonar ese asunto inacabado de la infancia, y así poder dar paso libre a un nuevo camino, algo con lo que había pensado hace poco más de un mes.

 

               ¿Qué pasaría si tomaba un tubo de escape y lo convertía en una máquina para crear arte? Lo único que pasaba por su fugaz mente y que no terminaba de cuajar, era la idea de pintar el tubo y exponerlo de manera ridícula con sus amigos. Eso le atormentaba, no tenía tanta creatividad como le hubiera gustado. Algo curioso, pues su papá siempre le decía que un ingeniero debería de ser muy ingenioso.

 

               Esa frase le causaba mucha gracia y probablemente fuera un motivo importante para declinarse a estudiar aquello. Se sentía lo suficientemente ingenioso para entender que un balón no es algo mecánico. Aunque ahora sentía que el ingenio se le estaba escapando.

 

               —¿Y si ya dejé de ser ingeniero y ahora soy mecánico?

 

               —¿Qué? —le respondió uno de sus compañeros, sin hacerle el mínimo caso a lo que había formulado su amigo.

 

               —Nada, solo está frío aquí.

 

               —Ah, sí —resopló sin interés, esa persona también estaba metida en sus pensamientos, era algo curioso que aquellos dos sujetos estuvieran juntos y al mismo tiempo tan separados en cuanto a lo que sucedía dentro de ellos. Quizá sea cuestión de hombres o simplemente de ingenieros, puede que ambas o ninguna.

 

               No tendría sentido que la máquina sea la obra de arte, no se puede usar un tubo de escape como escaparate.

 

               Sonrió y nadie lo vio, pues su compañero seguía metido en lo suyo como si estuviera totalmente solo.

 

               Tendría que ser como el cilindro del juego. ¿Qué tal que alguien lo empuja y se crea una obra de arte? Algo así como una impresora, no tenía la mínima idea de como funcionaba, pero creía que había un rodillo que iba dejando la tinta en el papel. Igual que al pintar una casa. ¿Cómo sabría el rodillo que letra se tenía que poner y en qué lugar?

 

               La idea de que la imprenta no funcionara de aquella manera lo hizo sentir como un tonto. ¿Realmente era tan inocente? Se suponía que era un ingeniero que sabía mucho de mecánica, pero aquello se le escapaba, quizá alguna asignatura opcional de su universidad le pudo haber ayudado, pero ahora ya era muy tarde.

 

               Investigar aquello por internet estaba más allá de sus intereses, pocas veces su curiosidad por la verdad lo empujaba a averiguar algo por su propia cuenta. Si no hubiera sido por el aburrimiento, jamás habría encontrado el cilindro gigante machacador de criaturas espaciales.

 

               ¿Qué tal que el rodillo de pintura es plano, mientras que la superficie tiene relieve y así se crea una pintura?

 

               Aquella idea hizo que el auto de atrás le tocara el claxon, pues estaba en verde y no se había dado cuenta. Después de acelerar y enojarse con un extraño, porque ambos estaban igual de amargados y cansados del día laboral, llegó a su casa para darse cuenta que no tenía comida. Esa noche pidió pizza y dejó las orillas para el final.

 

               Las calentó en el microondas y las condimentó con salsas, en cuanto agarró una, alguna idea extraña dentro de lo más profundo de su cabeza se sembró. Tardaría todavía unos cuantos días en terminar de germinar aquel pensamiento, para que finalmente fuera utilizado por la persona.

 

               Al momento de aflorar la imagen, se sintió como un científico que acababa de descubrir alguno de los secretos más importantes del universo, al mismo tiempo que se creía el mejor artista visual de la historia. ¿Qué tal si el cilindro tiene muchos colores y se corre sobre un lienzo? Sin duda, sería un rodillo sumamente hermoso que crearía una obra de arte bellísima.

 

               La cuestión es que no tenía idea de como hacer aquello, si acaso era capaz de inventarlo, no poseía la menor idea de la forma de comercializarlo.

 

               Una tarde salió del trabajo y se paseó por el centro mientras comía un helado, pensando en cualquier cuestión absurda, hasta que se halló de frente a una ferretería. Puede que la sensación del cono en su mano le recordara el cilindro que había pensado anteriormente, lo importante es que se lo acabó rápido e ingresó al establecimiento.

 

               Ahí estaba un rodillo blanco, simple y aburrido. Lo compró sin llevar nada más, aunque los ojos del vendedor le ofrecieron cientos de pinturas, jamás una palabra fue dicha.

 

               Llegó a su casa y lo desempacó, dándose cuenta de que no tenía ningún sentido poseer un cilindro para pintar, si carecía de materias primas.

 

               Resolvió ir al siguiente día por algunos colores a otra ferretería, le daba vergüenza volver al comercio donde adquirió el rodillo. Probablemente comprobaría que el vendedor tenía cara de orgullo, al ver que el cliente no se había llevado todos los instrumentos. Quizá si le hubiera hablado, habría comprado las pinturas.

 

               Azul, verde, amarillo, blanco, negro, morado, marrón y rojo, esos fueron los colores que se llevó en porciones muy pequeñas. El último de ellos lo pensó mucho, pues no quería crear una obra de arte que pareciera tener sangre, aun así, lo eligió porque no tenía idea de lo que iba a hacer.

 

               ¿Era capaz de crear un paisaje o una figura humana usando un rodillo y un conjunto de pinturas aleatorias? Lo dudaba en gran medida.

 

               Decidió ver algunos videos en internet sobre como pintar con un rodillo, estos eran extremadamente largos con muchísimos comentarios innecesarios y llenos de anuncios. Terminó fastidiado y dejando la idea de lado.

 

               Al otro día pensó que quizá la respuesta estaba en ese videojuego. El fin de semana se dedicó un tiempo ingente a revivir la aventura, por momentos se olvidaba del motivo por el que lo hacía, hasta que veía a alguna que otra criatura ser machacada por el cilindro.

 

               ¿Y si le ponía al rodillo muchas pinturas sin mezclarse y luego aplastaba algunos colores en el lienzo?

 

               Esa idea estaba al límite de su concentración, no podía seguir jugando y siendo creativo al mismo tiempo. Apagó su computador y salió de su casa fastidiado, la cabeza le punzaba y amenazaba con dolerle.

 

               Vio su celular y encontró el mensaje de una amiga que le gustaba, así que le llamó para ir a un café, a lo que ella accedió.

 

               Tal vez la tranquilidad, y la comunicación con una mujer, le ayudaron a calmar sus nervios y poner calma a sus pensamientos. Nunca conversaba de aquella manera con sus amigos, simplemente actuaban tratando de no pensar mucho y evitando demostrar sus sentimientos.

 

               Ojalá hubiera sucedido algo entre ellos, pero ambos eran tímidos para afrontar que se gustaban, dejando sus emociones de lado. Al igual que dos adolescentes enamorados sintiendo vergüenza de no ser correspondidos.

 

               Lo bueno de ese momento, fue la paz mental que consiguió. Esto allanó el camino para que su idea, de una máquina para crear arte, viera la luz, al menos dentro de su cabeza.

 

               Fue por una cartulina en alguna papelería que encontró. Ahí la vendedora consideró, en secreto, que ese artículo era para la hija del cliente y que la usaría en la escuela.

 

Una vez en su casa, colocó su lienzo en el suelo. Tomó unos palillos y creó algunas líneas aleatorias y temblorosas sobre su pequeña obra, más que pensar en lo que hacía, simplemente actuaba por una fuerza interior que reaccionaba al instante, sin considerar de manera importante las acciones.

 

               Le hubiera gustado tener un pincel, pero había sido poco organizado. Ahora se sentía demasiado holgazán, y orgulloso, para ir de nuevo a la papelería por aquello. Así que los palillos de su cocina se veían como la respuesta perfecta, después de todo, también eran cilindros como el rodillo que tenía al lado.

 

               Abrió algunas pinturas y las vertió con mucho cuidado sobre el rulo, las primeras veces gastó mucho material, pero fue adquiriendo práctica. Cada vez había menos desperdicio sobre las hojas de papel, evitando manchar todavía más el piso.

 

               Se sentía como un escolar destruyendo su tarea por ser inexperto, hubo momentos en los que pensó en ponerle un fin, pero siguió porque no se daba por vencido, aunque aquello fuera un desastre.

 

               Tomó el rodillo que estaba todo pintado, algunos de los colores comenzaban a secarse, así que rápidamente lo presionó contra la cartulina y lo hizo girar hasta el final, regresando una vez más por donde había pasado y dejando una obra de múltiples colores aleatorios que no mostraban nada en particular.

 

               Su creación fue observada por el artista durante algunos instantes, hasta que finalmente recobró la conciencia y salió del trance. No estaba seguro sobre lo que debía pensar, simplemente se encontraba de rodillas frente a ello. Un manchón de colores que seguían un patrón interrumpido, mutilado y continuado de manera extraordinariamente inusual.

 

               Cerró las pinturas, dejó el rodillo sobre el periódico y tomó su obra entre las manos. Tal vez, para los otros, aquello no era más que un trabajo sucio, mal hecho y sin mucho esfuerzo. Para él, era la obra artística más bella que había visto jamás. Sabía que se trataba de algo hermoso por el simple hecho de haberlo creado él mismo, no había algo igual en todo el mundo.

 

               ¿Alguien había pensado en hacer algo similar? Lo dudaba, se sentía único e inigualable, un talento desperdiciado porque no se le había dado la oportunidad de ser un gran artista y un ingeniero al mismo tiempo.

 

               Decidió guardar su trabajo y todo el proyecto en secreto, sin duda era algo que valía millones y no quería que nadie le robara la idea. Un aparato que, aunque todavía no fuera una máquina, o tuviera siquiera la consideración de ser un objeto mecánico; ya daba como resultado un producto acabado y bello para la sociedad.

 

               Su próximo paso debía de ser la automatización de aquello, aunque no tenía la mínima idea de como hacer eso. Simplemente se le escapaba de la cabeza.

 

               Se sentó en su sillón, estirando su cuerpo completamente, sin encender el televisor ni hacer ruido alguno, únicamente estaba él y sus pensamientos.

 

               ¿Qué debía hacer ahora? Ya había dado el primer paso, le había costado un mundo entero y parecía ser lo más simple. No tenía idea de como proseguir. Quizá aquello no era para él y simplemente se estaba metiendo en un entorno en el que no correspondía.

 

               Salió de su hogar. Estaba decidido a hacer algo nuevo, así que sacó su celular y llamó a aquella joven. Dejó todo el pasado en una historia inconclusa, de la que no habló con nadie, avergonzándose por haber sido un proyecto inacabado, del que se sentía incapaz de seguir.

 

               Lo asimilaba con una historia imaginaria que se inventó, donde su papá había comenzado a construir un vehículo por su cuenta, conociendo todo de los carros, pero quedándose a medio camino porque ya no sabía de donde agarrarse para seguir siendo creativo e ingenioso, abandonando el proyecto en el más profundo secreto de su soledad.

 

               Un par de años después, decidió tirar todos sus productos, excepto el cuadro que había hecho, esa obra adornaría la sala de su casa. La joven finalmente fue su esposa, y los hijos comenzaban a llegar como si el tiempo así lo hubiera determinado.

 

               Nadie preguntaba sobre el cuadro, simplemente creían que lo había comprado hace mucho tiempo y lo tenía por costumbre. Él jamás se cuestionó sobre lo que haría si la duda salía al aire, quizá solo diría que lo conservaba desde hace mucho, y que le había gustado tanto que lo colgó ahí, mintiendo sobre un pasado artístico que no floreció.

 

               Ni siquiera le había puesto un nombre a ese momento de su vida, donde la ingeniería y la creatividad habían juntado sus caminos para idear el cuadro de colores vivos y saturados, y que ahora estaban opacados por el polvo del cristal.

 

En una ocasión, su hijo mayor dijo una palabra que le era desconocida. Aquello le pareció fascinante, una combinación perfecta para la mezcla extraña y rebelde de su pasado. Por lo que decidió llamar de esa manera, aunque en secreto, al lapso donde alguna vez fantaseó con hacer arte usando la mecánica. Dándole por fin un cierre a ese capítulo, por medio de un nombre igual de extravagante a como se había sentido mientras creaba su obra.



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