Esa maldita casa.

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Fantasía (Sup​uestos) y Largo (Dimensiones).

Este cuento pertenece al libro: ESPECIAL CONCURSO MAYO 2024.


Su mamá le informó que quería ir a la vivienda familiar para rescatar algunos objetos mundanos que habían sido olvidados cuando abandonaron el lugar. A él no le gustaba la idea, sabía que ella era demasiado necia y se negaba a dejar atrás la buena historia del sitio. Convencerla era una pérdida de tiempo, aun así, trató sin éxito alguno. Finalmente llegaron a un acuerdo, él la acompañaría un fin de semana que estuviera libre, al menos la cuidaría de que algo le pudiera pasar.


            —Sí mamá, ya te dije que iré, solo te pido que me des un poco de tiempo, está semana estoy muy ocupado, tengo una reunión muy importante el miércoles.


            —Sí, sí. Lo entiendo, no pasa nada si no vienes conmigo —interrumpió la señora a su hijo.


            —Ya te lo prometí, yo también quiero ir —mintió.


            —Está bien —resopló del otro lado de la línea—, nos vamos el sábado temprano.


            —Que sí, que ya quedamos que el sábado. Oye, tengo algo que hacer, sabes que te quiero, ¿verdad?


            —Yo te amo hijo mío.


            Él colgó el celular, en realidad no tenía algo urgente, solo se encontraba más estresado que de costumbre y no estaba de humor para seguir con la plática. Ahora se había echado encima un compromiso que no deseaba, ojalá las cosas fueran distintas. Maldita casa.


            Esa noche en la cena platicó con su esposa, discutieron sobre lo acontecido, a ella no le gustaba que fuera a esa zona, se le hacía muy peligrosa e innecesaria. Ambos coincidían que lo mejor era vender la vivienda o simplemente dejarla perder, no valía la pena estar arriesgándose por un inmueble abandonado hace muchos años.


            Recordaban sus mejores veranos cuando consiguieron que el lugar fuera una especie de sitio turístico. Tiempos alegres, sin duda, pero ya era hora de despertar. Hacía mucho no eran más que simples maderos a punto de derrumbarse sobre sí mismos, ni que decir del pueblo, poco a poco lo iban olvidando en la historia, ya nadie quería ir. Excepto su mamá, que mujer tan necia.


            —Amor, ¿cuándo dices que te irás? —intervino la cónyuge.


            —El sábado a las nueve de la mañana, no me quiero ir tan cansado, son muchas horas —dijo mientras mordía un brócoli, cómo le gustaban esos vegetales.


            —Ten mucho cuidado, ¿pasarán allá la noche? —Sabía la respuesta, solo quería cerciorarse de que así era.


            —Ya sabes que no, aunque estuviera en mejores condiciones, todavía es peligroso.


            —Nunca he visto esas criaturas —dijo ella con un tono muy bajo, casi susurrando.


            —Es lo mejor, está prohibido estar ahí cuando aparecen, lo bueno es que solo llegan en ciertas épocas del año y en la noche.


            Si no hubiera estado tan distraído y ella tan preocupada, se habrían dado cuenta que los momentos cumbre ya comenzaban. Indudablemente habrían llamado a la mamá del esposo para cancelar todo el proyecto hasta que fuera más seguro, pero estaban enfrascados en sus asuntos y veían distante el viaje, aunque solo faltaban pocos días.


            Esa noche le costó conciliar el sueño, no quería ir, pero tenía que cuidar a su madre que no aceptaba dejar el pasado atrás.


            La semana pasó sin mayor incidente, hasta que el viernes volvió a recibir una llamada que le recordó su compromiso del día siguiente.


            Él saldría temprano de casa e iría por aquella mujer que le dio la vida, de ahí harían aproximadamente cinco horas, si no había tráfico, y llegarían todavía con luz a su destino. Comerían en el camino, puesto que la casa apenas se mantenía a sí misma, por lo que no podían hacer uso verdadero de ella.


            Finalmente tocó el momento de viajar, la noche anterior todavía tenía el sentimiento de no querer ir, pero ahora se sentía más cómodo y confiado, realmente deseaba visitar el domicilio de la familia. Tal vez se parecía más a su mamá de lo que él creía.


            Salió temprano de casa como lo había planeado, se despidió de su esposa que no tardaba en irse a trabajar. Subió al auto y se dirigió a la casa de su madre.


            —Hola hijo, ¿listo para irnos?


            —Sí ma, ¿qué vas a querer desayunar?


            —Todavía no sé, un lugar donde haya café.


            —Eso mismo estaba pensando, es un viaje largo.


            —Yo me lo puedo llevar la mitad de camino —dijo la mamá.


            —No es necesario, para que descanses también. De todas formas, vamos a tener que regresar hoy, ya sea que nos quedemos en un hotel a medio camino o lleguemos hasta la casa.


            —Yo creo que nos tenemos que quedar cerca, la carretera es peligrosa de noche.


            —Vale, ¿puedes investigar un hotel de camino?, para ir haciendo la reservación.


            Ella ya no respondió, se puso a indagar en su celular. A pesar de su edad, todavía era capaz de usar la tecnología de punta casi igual que las nuevas generaciones, tal vez de forma más lenta y torpe, pero todavía funcional.


            Pasaron unos largos 20 minutos antes de que su mamá diera señales de estar haciendo algo en su dispositivo móvil.


            —Ya encontré uno, no es tan caro y tiene estacionamiento.


            —¿Qué tan lejos queda de la casa?


            —Como a media hora, si volvemos temprano podemos ver la feria que está en el pueblo y cenar ahí.


            —Puede ser, ¿cómo se llama el pueblo?


            —Tenancingo o algo así.


            —Está bien, ya solo hay que llamar para confirmar.


            Ella ya se había adelantado, estableció una llamada que todavía no tenía respuesta. Para su suerte, sí contaban con espacio para esa noche, así que al otro día podían volver a casa con más cautela y sin tanto peligro.


            Se pararon a comer en una fonda que encontraron al lado de la carretera en un pequeño pueblito del que nunca supieron su nombre, tampoco es como si eso les interesara. Lo que dio tema de conversación es que la comida estaba muy buena, aunque bastante cara para el lugar en el que hallaba. Ambos concordaron que no volverían a pararse ahí jamás.


            El trayecto se le estaba empezando a hacer pesado al hijo. Tanto tiempo que había recorrido esa carretera en el pasado ya estaba comenzando a mermar en su paciencia, sintiendo una fatiga que tal vez no tendría si el destino fuera otro. Decidió hacerle plática a la mamá sobre el domicilio, tal vez así se distraerían un poco.


            —¿Ya cuántos años tiene esa casa? —comenzó el hijo, todavía no llevaban ni medio camino.


            —La construyó tu abuelo cuando yo todavía era muy chica, pasamos años en esa casa, al principio era un sitio de vacaciones para toda la familia, pero después surgió la oportunidad de hacer negocio cuando el pueblo creció.


            —¿Cómo fue que le hicieron para conseguir ese espacio tan cercano a la playa? —él seguía preguntando, quería ruido de fondo para no tener sueño.


            —La verdad no estoy segura. Yo misma le pregunté en su momento a tu abuelo, pero nunca me supo decir con certeza que fue lo que hicieron. Parece que el tío de no sé quien perdió el terreno en una apuesta con alguien que vivía por ahí cerca, esa persona le debía dinero a tu abuelo y le vendió el terreno que acababa de ganar a mitad de precio, saldando su deuda. Aunque ese señor era medio borrachillo, así que se gastó el dinero y falleció al poco tiempo. Algo así es la historia, ya después se construyó la casita para la familia.


            —¿No tenían miedo de que el señor que perdió la propiedad en la apuesta les hiciera algo? —interrumpió el hijo.


            —La verdad nosotros nunca pensamos en eso, puede que tu abuelo haya hecho tratos con los vecinos para acreditar la propiedad y mostrar que no tenían nada que ver con los juegos sucios de las apuestas.


            —Me parece lógico, yo hubiera hecho lo mismo.


            —No me había puesto a pensar en eso, pero nunca nos pasó nada —continuó la mamá.


            —¿Cuándo construyeron el segundo piso?


            —Ufff, hace muchos años también, tú todavía no nacías. Resulta que la familia había crecido mucho y ahora ya también iban los nietos, así que, con los ahorros de los negocios de tu abuelo, construyeron en la parte de arriba.


            —¿Eso dio para que lo hicieran un sitio turístico?


            —Algo así, resulta que cuando se estaba construyendo el segundo piso, el pueblo era mucho más grande y comenzaba a haber turismo. Como contábamos con un lugar privilegiado y en ese momento tenía un poco de dinero tu abuelo, pensamos que tal vez sería buena idea hacer una especie de hotel para que las personas se quedaran mientras nosotros no estábamos de vacaciones.


            —Pero nunca fue hotel, ¿o sí? —el hijo volvió a cortarle la inspiración. Pasaban por un pueblo con nombre extraño y demasiado pequeño.


            —No, aunque sí lo pensamos y lo discutimos durante las vacaciones en las que estuvimos ahí, consideramos que lo mejor sería esperar. Quizá no contábamos con los suficientes recursos o el conocimiento, o tal vez no nos atrevíamos a dejar que otros hicieran uso de nuestro espacio de relajamiento.


            El hijo sonrió disimuladamente, en su mente pasaron muchas imágenes referentes a lo que acababa de decir su mamá. Pensaba en lo que ella iba narrando y de cómo no se daba cuenta de que seguía en la misma situación, no quería deshacerse de ese mugroso lugar. Los demás hermanos y familiares decidieron dejar en el pasado la historia y dedicarse a sus asuntos. Ahora que su madre se había retirado y no tenía nada que hacer, solo pensaba en los buenos tiempos y quería escarbar en ellos para conseguir algo de la antigua felicidad.


            —¿Entonces cómo le hicieron para hacer la tina y esas cosas para los demás? —dijo tratando de aparentar disimulo.


            —Ya habías nacido, pero aún eras muy chico. Tu abuelo se había jubilado hace poco y comenzaba un nuevo negocio para entretenerse —decía la mamá. El hijo rio para sí mismo, diciendo internamente que esos dos eran iguales—. La abuela lo terminó de convencer, le decía que lo mejor era hacer una especie de spa como los que veía en la tele.


            »Siento que ella ya no quería ir, estaba vieja y cansada de ese viaje, así que lo convenció de dejar ese espacio para un nuevo negocio.


            Él no se la creía, la mamá hablaba de sus antepasados como si estuviera narrando su propia historia y se describiera en tercera persona, era sorprendente como no se daba cuenta de que tenía muchas características de sus padres.


            —Después de algunos meses terminó cediendo tu abuelo —continuó la madre—, todos creemos que ya estaba cansado de la insistencia de ella.


            —¿Era muy necia? —preguntó repentinamente, sin pensarlo, como si hiciera un comentario para hacerla reflexionar sobre sí misma.


            —No tanto, pero sí para esa casa.


            »Finalmente gastaron los ahorros de muchos años y pidieron préstamos en el banco —siguió contando sin hacer más caso de la pregunta de su hijo—. Tus abuelos se fueron a supervisar las obras y se quedaron a vivir esos meses en la casa.


            »Recuerdo que se hicieron amigos de los vecinos y parecía que todos estaban emocionados, cada uno le daba consejos sobre lo que debían construir. Había quien decía que hicieran un hotel, otros que una fondita, pero la abuela insistió que debía de ser un sitio de relajación.


            —¿Cómo le hicieron para hacer la alberca en la parte de arriba?


            —No fue fácil. —La mamá movía las manos mientras hablaba, estaba emocionada—. Cuando estaban haciendo la tina en la terraza para el spa de la abuela, uno de los trabajadores comentó de una especie de alberca construida con fibra de vidrio que no pesaba mucho y que se podía poner incluso en el piso de arriba. Era lo último en esos días, así que decidieron ponerla.


            —A mí ya no me tocó, me hubiera gustado verla en su esplendor —reaccionó el hijo, estaba inmerso en la plática y no se le hacía tan molesto el camino.


            —Era algo muy hermoso. La parte de abajo era todavía la casita de los abuelos, el lugar donde pasamos las vacaciones de mi infancia y disfrutamos muchos buenos ratos en familia, pero arriba ya era muy distinto.


            »Decidieron poner una especie de biblioteca donde aventaron todos los libros que no le servían en la casa al abuelo —ella siguió la historia—, no sé si quería deshacerse de ellos o simplemente llamar la atención de los huéspedes para que leyeran en esa sala mientras esperaban su turno, lo importante es que se veía muy bonito.


            —¿La gente sí leía?


            —No, los libros servían como si fueran el estampado de la pared, nadie les hacía caso. Aunque la mesa de la sala sí la usaban las señoras para cuidar a sus hijos que estaban en la alberca mientras ellas echaban chisme.


            Él se sintió un poco mal, le hubiera gustado estar en ese lugar y ojear alguno de los textos disponibles. Nadie sabía lo que ahí se ocultaba.


            —¿Duraron mucho mis abuelos en esa casa? —cuestionó el hijo.


            —Un par de años a lo mucho. Al final la abuela se había cansado de estar ahí, decía que hacía mucho calor y que extrañaba a sus amigas. El abuelo también se quería ir, solo que no lo decía.


            —¿Ustedes fueron a visitarlos?


            —No, ya no era lo mismo. Teníamos nuestras propias familias, por ejemplo, tu papá y yo te estábamos cuidando porque todavía eras muy chico.


            »Aunque considero que nunca quisimos ir porque me daba miedo encontrar tan distinta la casa de vacaciones a como la recordaba —dijo en voz más baja después de una breve pausa.


            —Ahorita está casi destruida, casi todo el pueblo se ha ido —dijo sin medir sus palabras.


            —Sí. —Fue la triste respuesta que dio la mamá.


            Se quedaron unos momentos en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, admirando el paisaje del hermoso atardecer. ¿Cuántas personas estaban tranquilas en aquellos poblados, haciendo sus propias vidas sin importarle los problemas de la ciudad o de esos dos que iban en el auto? Sin duda había mucho más allá de lo que podían ver.


            Ahora se mostraban melancólicos, ¿sería prudente seguir con la conversación de lo ocurrido?, generalmente era un tema tabú entre la familia. Él sentía la suficiente confianza con su mamá, así que se animó a seguir con la plática.


            —¿Cómo fue que llegaron las criaturas? —preguntó con algo de cautela, no sabía de qué otra forma referirse a los animales o lo que fueran.


            —Tenían como cinco años con el proyecto de la casa. Lo visitaban tus abuelos de vez en cuando, aunque ya cada vez era más raro, una vez al año o cada dos años. Ya estaban viejos y no aguantaban tanto el trayecto como antes, prácticamente iban a ver que todo estuviera bien y también iban a ver a sus amigos. —Ella divagaba, se notaba que ese tema no le gustaba y parecía que evitaba seguir con ello.


            »En una ocasión recibieron una llamada, tenían como dos meses de haber vuelto. —Finalmente decidió abordar el tema—. Le dijeron a tu abuelo que algo extraño estaba pasando en la costa, pero que no sabían cómo explicarlo. Recuerdo que tu abuelo perdió la conexión porque la línea se saturó.


            »Al otro día —continuó diciendo la mamá después de una breve pausa—, vieron en las noticias que unos animales marinos habían sido vistos en aquella pequeña playa paradisíaca, era algo muy raro pues casi nadie la conocía. Me refiero a que era turístico, pero a nivel local, no para que saliera en las noticias.


            —¿Fue ahí cuando prohibieron estar cerca de la costa? —interrumpió repentinamente.


            —Todavía no. Las autoridades y los curiosos quisieron saber más del asunto. Recuerdo que algunos se adentraron en la playa en botes y alumbraron las profundidades, solo veían las sombras de esas bestias gigantes, pero no notaban ningún cuerpo, algo muy extraño.


            —¿Tú viste alguno?


            —Sí—respondió con cierta vergüenza—, tal vez no era lo mejor, pero fuimos una semana después del primer incidente. El lugar estaba lleno de curiosos que querían saber lo que pasaba. Tuvimos que dejar el auto lejos de casa y pasar por un montón de oportunistas que nos vendían recuerditos como si ellos fueran de ahí, además de que eran careros.


            »La casa estaba a reventar —ella continuó—, mucha gente había pagado para poder ver el espectáculo desde el balcón. Nosotros no sabíamos de eso, los amigos de tu abuelo no nos habían dicho que estaban haciendo negocio de esa forma.


            —¿Esa noche aparecieron? —él seguía insistiendo.


            —Sí, ahí fue cuando los vimos. Estábamos en el balcón viendo el mar de noche, solo que ahora había más personas en la playa tomando fotos. De repente algo apareció en el horizonte, parecía una ballena, pero solo era la silueta, como si estuviera dibujada en la superficie, se notaba muy nítida, especialmente porque la gente iluminaba y gritaba, apenas se escuchaban las olas.


            —Debió de ser algo hermoso.


            —Y a la vez terrorífico —dijo ella—, no sabíamos de lo que se trataba. El viento era más frío de lo habitual. Pronto la ballena dejó de estar sola, cientos de criaturas de muchas formas empezaron a aparecer como por arte de magia, rondaban la orilla, muy cerca de donde las olas rompían, parecía que querían llegar a la arena.


            »No alcanzábamos a ver bien porque la gente se apelotonaba sobre las criaturas que estaban más cerca de la costa, aun así, distinguimos que esas cosas tampoco poseían cuerpo, tan solo eran sombras.


            —¿Ya habían salido o todavía seguían dentro del agua?


            —Ya habían salido, solo que las noticias no lo habían mencionado, como si lo estuvieran ocultando. Me acuerdo escuchar unos gritos a mi derecha, ahí cerca del mar una especie de raya —el animal— salía sobre una chica que se había agachado a tocar esa cosa, pero la raya se había colocado sobre ella. La gente corría asustada y emocionada, decían que no se sentía nada, como si fuera tan solo la sombra de un ave a la distancia, aun así, teníamos nuestras dudas. Eso no era algo natural —dijo lo último más bajo.


            —¿Tocaste uno?


            —¡No, claro que no! Tú abuelo no lo permitió, además tú todavía eras chico y no iba a dejar que algo le pasara a tu mamá. —Le sonrió a su hijo.


            —¿Qué otros animales había? —preguntó sin hacer caso a lo que ella decía.


            —Muchos. Había varios peces, rayas, tiburones, ballenas y no sé cuánto más. Tu abuelo se preocupó cuando vio que uno de esos se acercaba a la casa y decidió que lo mejor era meternos y evitar el contacto con esas criaturas.


            —Yo hubiera hecho lo mismo —se mentía a sí mismo.


            —Nos quedamos en la sala platicando sobre el asunto, sentados ahí junto a la alberca y al lado de la biblioteca, viendo a los turistas asomándose y señalando por el balcón, aquello parecía una feria de locos.


            —¿Pasaron la noche ahí?


            —Sí. Más tarde nos bajamos y nos encerramos en las habitaciones donde no podían llegar los turistas. Al otro día nos enteramos de que esas cosas habían subido a la terraza y había convivido con los demás, fue una suerte que no estuviéramos ahí y que no entraran a nuestras recámaras.


            »Tu abuelo hizo un trato con el vecino de al lado —siguió su relato después de un pequeño tiempo—, él se encargaría de la casa y le mandaría cuentas a tu abuelo, así ellos ya no tendrían que regresar y todavía ganarían algo de dinero.


            —¿O sea que le pagaba por administrar la casa?


            —Sí. Los abuelos coincidieron que lo mejor era alejarse de eso. Tal vez fuera miedo a lo desconocido o que ya no estaban para aventuras, pero creo que tomaron la mejor decisión.


            —¿Cuánto tiempo pasó antes de que todo se fuera para abajo? —Tenía mucha curiosidad.


            —No mucho, la verdad. La gente empezaba a tener ronchas en el lugar donde habían estado en contacto con las criaturas.


            »Por disposición de las autoridades se prohibió el acceso a la playa por las noches —continuó—, las semanas pasaban con los soldados rondando a oscuras la playa, cuidando que nadie fuera y se mantuvieran alejados de esas cosas.


            —¿Ellos no tenían contacto con las criaturas?


            —Sí, por eso hicieron la ley de que se prohibía el acceso a esa zona bajo su propia responsabilidad. De alguna forma el gobierno abandonaba a la gente a su suerte y pasaba del tema.


            —¿No hicieron pruebas para saber lo que ocurría?


            —Muchísimas, pero nadie conseguía ninguna información, aparte de que causaba ronchas en las personas, mucha comezón e irritabilidad, aparte de eso, parecía que no afectaban en nada más.


            »Aun así, vinieron muchos investigadores de varios países para indagar, pero a los dos meses desaparecieron las criaturas, simplemente una noche decidieron ya no aparecer.


            —Y se quedaron esperando su regreso, ¿verdad? —Recordaba haber visto esa noticia en la tele.


            —Y nada apareció. Resultó que las criaturas solo aparecen dos meses al año y luego se vuelven a desvanecer.


            —Pero ¿sí afectaban las cosas, no? —Tenía ciertas dudas.


            —Sí, solo que la gente estaba tan emocionada que no le había prestado atención a aquello. Las rayas, que eran las que más lejos del mar andaban, de vez en cuando cruzaban por la terraza de la casa y se podía escuchar el crujir de las tablas, como si estuvieran bajo el peso de un animal de verdad.


            —Con el tiempo fueron asustando a la gente, ¿no?


            —No solo eso, sino que estropeaban los edificios y causaban malestares en los que eran más sensibles, especialmente cuando llovía. Algunos amanecían con quemaduras como si los animales le estuvieran succionando la vida y le dejaran una llaga de recordatorio —Se escuchaba poético lo que decía su mamá.


            —Eso suena muy feo.


            —Pues sí lo es, por eso la gente empezó a huir —prosiguió un poco molesta—, poco a poco comenzamos a tener menos visitas en la casa. El abuelo ya estaba muy grande para hacerse cargo de eso, así que la responsabilidad pasó a nosotros. Decidimos que lo mejor era pagar para que las empleadas cuidaran la casa y atendieran a los clientes que todavía se atrevían a ir.


            »Eso funcionó todavía por unos años —dijo mientras veía melancólicamente por la ventana—. Era como si tuviéramos temporadas de acuerdo con las criaturas. Cuando las fechas estaban más alejadas, la gente iba a relajarse con cierto morbo por lo que ahí ocurría, pero cuando aparecían las criaturas, el lugar estaba desierto y solo lo cuidaban las empleadas que ahí vivían.


            —¿Entonces, por qué abandonaron la casa?


            —Pues resulta que eso no era rentable, había pasado la emoción de la novedad de esos animales, así que fueron dejando de lado el morbo que atraía la gente.


            »Además, nosotros teníamos nuestras propias preocupaciones. —Veía a su hijo—. como tú con la secundaria y tu hermana que quería crecer para alcanzarte.


            —Pero, ¿fue así de rápido que dejaron el pueblo? —él insistió cuando la mamá comenzó a hablar de su pariente.


            —No, fue con el tiempo. Pasaron los años y la gente fue olvidando no solo el asunto, sino también el pueblo que ahora estaba mal visto y del que se hablaba mal, como que las personas con ronchas habían muerto de cáncer y cosas así. También influyó que el amigo de tu abuelo muriera y sus hijas se fueran a buscar mejor suerte en otros pueblos, así que pronto nos quedamos también sin trabajadoras. Ya nadie quiso seguir cuidando una casa que ya no tenía clientes.


            —Me parece lógico, yo también me hubiera ido.


            —Es que ya no tenían nada que hacer ahí. Dos meses al año se prohibía el acceso en las noches a la playa y eso asustaba a la gente. Ya no les daba para seguir viviendo.


            —¿Entonces ustedes fueron a tapiar la casa?


            —Sí. Hace como diez años decidimos ir a cerrar la terraza que tenía muy buena vista al mar, así evitábamos que las criaturas entraran porque ya estaban empezando a hacer destrozos adentro, por donde pasaban dejaban un rastro como si algo se hubiera quemado ahí. Era más notorio con el paso del tiempo, pero de eso nadie hablaba.


            —Lo sé, en las noticias nunca lo mencionaron.


            —Es que creo que evitaban llamar la atención para cuidar a las personas. Bueno, te decía. Tapamos con maderas el exterior y procuramos que no hubiera ningún acceso, especialmente hacía la playa.


            —¿Se alcanzaron a llevar todas las cosas de la familia? —interrumpió el hijo. Estaba a poco menos de una hora de llegar.


            —No. Hicimos lo que pudimos, pero no alcanzamos, por eso también quería ir. No estoy segura de todo lo que queda, además ya nadie quiere ir.


            —Pues ya casi llegamos, todavía tenemos algo de luz para revisar la casa.


            Ambos sabían que era peligroso estar ahí en la oscuridad, aunque no hubiera criaturas, la misma naturaleza podía ser algo negativo, como las arañas y víboras del pueblo casi extinto.


            Finalmente llegaron a su destino, que no eran más que rezagos de mejores tiempos. Ahora estaba casi totalmente despoblado, a excepción de unos cuantos militares que siempre estaban por ahí cuidando la zona.


            Entraron con dificultad por la puerta, el candado estaba vencido y oxidado. Las maderas hicieron un chirrido quejándose bajo el peso del par de personas que revisaban la casa con manchas de humedad y algo de hollín por las paredes.


            Subieron con desconfianza a la biblioteca, donde inspeccionaron la terraza y la alberca que ahora acumulaba polvo y restos de basura de muchos años. No había indicios de que alguien hubiera ingresado, se notaba que llevaba mucho tiempo totalmente en abandono.


            Examinaron las estanterías que amenazaban con desmoronarse al igual que el resto del domicilio. Tomaron algunos libros que les parecían interesantes, sin decir palabra alguna, inmensos en sus pensamientos, imaginando todo lo que había ocurrido en el pueblo.


            Lo que nunca pasó por sus mentes fue el tiempo. La hora y fecha fueron intrascendentes, hasta que la oscuridad se ciñó sobre ellos.


            —Ya hay que irnos, ya es tarde y todavía tenemos que llegar al hotel —dijo preocupado el hijo.


            —Sí, nada más deja veo como quedó la terraza —respondió ella.


            Él no deseaba seguir ahí, algo le daba mala espina. Se quedó parado en ascuas esperando el regreso de su mamá, hasta que escuchó un grito. Antes de que pudiera reaccionar vio correr a su madre.


            —¡Hoy es mayo! ¡¡He escuchado algo en el tejado!!


            No hubo respuesta, ambos salieron despedidos sin llevarse nada del botín, se subieron al auto y huyeron a toda prisa, viendo por el retrovisor las farolas encendidas y estropeadas que mostraban aquellas criaturas despertando con la noche.





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